«El erizo»

«El erizo»

Ayer salí a pasear al lago que está cerca de mi piso. En la hierba y los arbustos de los alrededores hay conejos, patos diversos, pájaros… Pero justo al llegar vi algo que me llamó mucho la atención: un pequeño erizo. Allí estaba, olisqueando por todas partes. Me puse a su lado y en ningún momento se asustó. Para mí fue un espectáculo; estaba entusiasmada. ¿Por qué? Pues porque dos días antes yo había escrito un nuevo cuento con un personaje muy especial: sí, un erizo. No es un animal que me guste especialmente, pero la coincidencia fue toda una sorpresa para mí. Y entonces me puse a pensar en cómo muchos de nosotros a veces nos convertimos en erizos.

Nadie sabe cómo acercarse a este curioso animal, pues sus púas nos dan miedo. Cuando detecta algún peligro, se detiene y se convierte en una bola, ocultando la cara, las patas y el vientre en el interior de esta fortaleza de pinchos. Pero en realidad no quieren hacer daño; es un mecanismo de defensa pasiva. Por si no lo sabías, sus púas no son más que pelos huecos con un recubrimiento de queratina, el cual tener ese aspecto rígido. Si nos acercamos a él y vemos su dulce mirada y la ternura que desprende, nos olvidamos del peligro. Es un ser adorable.

Hay personas que en algún momento somos verdaderos erizos. Tenemos púas que no solemos usar, porque no queremos herir a nadie. Nos mostramos fuertes, que podemos con todo, que estamos inmunizados ante las adversidades. Pero un día, cuando detectamos un posible daño, nos replegamos sobre nosotros mismos, nos parapetamos como si tuviéramos esa coraza de púas. No dejamos que nadie penetre en nuestro interior; nos da miedo lo que pueda pasar. Y entonces otros se alejan, porque no saben cómo abordarnos.

Pero bajo esa aparente fortaleza que puede suscitar rechazo (incluso puede que algunos la llamen soberbia), en realidad se oculta un corazón que no sabe expresar lo que siente. Si vemos más allá de esas púas, comprenderemos que hay un deseo enorme de amar y ser amado, de ser aceptado por otros; de aprender a confiar. En realidad es un grito de auxilio que no llega a emanar de nuestra garganta.

Se comenta que los erizos se pueden domesticar. Responden muy bien al cariño, pero hay que ser muy pacientes y transmitirles continuamente ese mensaje positivo. Los amantes de este animal dicen que cuando el erizo sea capaz de desenrollarse en tus manos, es señal de que se siente seguro. Como puedes comprobar, todos de un modo u otro somos alguna vez erizos. Necesitamos cariño, comprensión, paciencia, y ver más allá de lo que observan nuestros ojos. Es entonces cuando nos desprenderemos de la queratina que recubre nuestros pelos.

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